“Lo real me produce asma”
E.M
Cioran
Ante el
hecho radical de vivir, surge siempre la inquietud que busca una explicación y razón
de ser de todas las cosas. El animal humano requiere el uso de su raciocinio
para ubicarse en la naturaleza y sobrevivir en el universo, establece verdades
y dogmas como guías que expliquen este hecho radical de estar arrojado a la
existencia. Así, desde que se tiene un registro histórico de lo humano, se
puede afirmar que todos los pueblos en todos los tiempos han construido
paradigmas religiosos y científicos, mitos y leyendas, dogmas de fe, que den un
“sentido” a su extraño y misterioso vivir. Es decir, necesita algo que le
indique a dónde ir y qué hacer, un sistema de creencias que guíe su errar.
¿De dónde surge
esta necesidad de creer? ¿es natural
en el ser humano, o es signo de debilidad ante lo vasto de lo desconocido y del
infinito misterio de la existencia? El filósofo griego Gorgias, nacido el 487
A.C, procedente de Leontinos en Sicilia, decía: “no existe realidad alguna para ser conocida, y si algo existiera no lo
conoceríamos, y aun en el caso de que pudiéramos conocer algo, no podríamos
comunicarlo con los demás”. Idea que nos deja en una nube gris
de total escepticismo. Gorgias creía que todo lo que creemos verdad, saber,
conocer, no es más que la suma de opiniones falsas de los seres humanos que han
sido determinados por su forma de ver el mundo y perspectivas que a la vez son
determinadas por su cultura, sus costumbres y tradiciones. Pero entonces surge
la inquietud, ¿a qué llama “realidad” Gorgias, y sobre todo por qué niega su
existencia? Supone que la realidad es la suma de las opiniones falsas que han
sido elaboradas por medio de la cultura, la educación, la transmisión oral de
saberes, etc. y que en definitiva estos no son definitivos, inmutables ni
eternos. No existe la realidad porque nada permanece. Lo que creemos que es
verdad tiene su origen no solo en la cultura, sino en la necesidad ontológica
de explicar el ser por el miedo a lo desconocido, pero también por la necesidad
de establecer saberes que logren aglutinar la sociedad humana y lograr
administrarla. La “realidad” no sería más que una construcción social, y la
necesidad de creer, un imperativo político ontológico que requiere nuestra
especie para sostener su convivencia y existencia.
Sin embargo,
podríamos objetar que por más que la realidad sea la suma de opiniones falsas,
los hechos ocurren en sí, independientemente de quien los perciba e interprete,
los acontecimientos son, existen, el relato de la Historia no se lo puede
negar, por más que desde el escepticismo Gorgias niegue la realidad. La Historia
pasa ante nuestros ojos, no se la puede negar, la existencia de las cosas y su
eterno devenir ocurren. Gorgias creía que no se puede conocer nada y que es
imposible el conocimiento porque la realidad no existe, pero la mente humana no
concibe la imposibilidad del saber. La curiosidad por conocer el porqué de su
existencia y comprender su entorno es, para Aristóteles algo natural en el ser
humano, ya que por naturaleza el ser humano es curioso y se asombra ante el
misterio de la existencia. Nos dice en el libro I de la Metafísica:
Todos los hombres
desean por naturaleza saber. Así lo indica el amor a los sentidos: pues, al
margen de su utilidad, son amados a causa de sí mismos, y el que más de todos,
el de la vista. En efecto, no solo para obrar, sino también cuando no pensamos
hacer nada preferimos el de la vista, por decirlo así, a todos los otros. Y la
causa es que, de los sentidos, éste es el que nos hace conocer más y nos
muestra muchas diferencias.
Los sentidos
serían entonces todo aquello que nos impulsa a conocer la realidad que nos
circunda, y sobre todo el de la vista porque conocemos más diversidad. Se
muestra aquí que en la experiencia de la percepción es donde estaría oculta la
necesidad de creer, de explicarse la existencia y de acceder al conocimiento.
De allí que Aristóteles, contrario a Gorgias, está convencido que los seres
humanos podemos conocer la realidad porque los sentidos nos impulsan a conocer
lo que nos circunda y nos proporcionan una idea de lo que llamamos “realidad”.
No obstante, lo que no toma en cuenta Aristóteles, es que nuestros sentidos
están limitados por nuestra propia fisiología, y que percibimos apenas una muy
pequeña parte de todo lo que existe. Además, el condicionamiento cultural de
nuestra percepción estaría deformando aquello que llamamos “realidad”. Lo que
vemos, oímos, sentimos es interpretado por la mente que ha sido moldeada por el
entorno sociocultural lleno de opiniones falsas y dogmas de fe. Sin el realismo
aristotélico volvemos a quedar a la deriva, inmersos en esa nube espesa del
escepticismo.
Los sistemas
de creencias que se han creado y diseñado en el transcurso de la historia en
todos los pueblos, han dado una dirección y sentido a la existencia del ser
humano, le han orientado e inculcado una forma de ser, pero no siempre en
beneficio de la especie humana. Sin embargo, aquel que ha tomado distancia de
todos los dogmas, paradigmas y creencias, y desde un panorama mucho más amplio
examina todos esos sistemas, concluye que la necesidad de creer en alguna
verdad o sistema de creencias, dogmas, surge de la turbación ante lo misterioso
de lo desconocido. La necesidad de creer se plasma en el temor a lo
desconocido, del cual surgen el resto de temores.
El común de los mortales le teme a la muerte
porque no sabe qué va a ocurrir cuando su cuerpo muera, le inquieta lo
incognoscible de la muerte, y eso le provoca una aprensión y desasosiego que se
alivia únicamente con un sistema de creencias concreto que alivie su inquietud.
El miedo como condición inicial proviene de lo desconocido, primer paso para
creer, y así se crea un sistema de creencias que explique su misteriosa razón
de ser. La necesidad de creer proviene entonces de ese miedo a la muerte y a lo
desconocido, y del hecho radical de existir en un infinito océano de
posibilidades, que si lo examinamos detenidamente nos quedamos en la
perplejidad ante lo vasto de lo posible. Lo que llegamos a conocer es tan
pequeño con respecto a ese manto sin fin de lo que desconocemos. Y si intuimos
la inmensidad del firmamento constatamos nuestra ínfima porción de conocimiento
que tenemos del universo. E.M. Cioran decía que “si creemos tan ingenuamente en
las ideas es porque olvidamos que han sido concebidas por mamíferos”. Y es así,
los sistemas de creencias son ideas y fueron concebidas por animales mamíferos
inmersos en una naturaleza hostil. Ideas que se visten de verdades, elásticas,
cambiantes, emocionales, que alimentan pasiones en la vida humana. Por las ideas
que explican el mundo, la humanidad se ha hecho mucho daño, por la necesidad de
creer en algo se han generado imperios, invasiones, guerras, genocidios. Las
certezas dogmáticas han hecho más daño que bien, los sistemas de creencias son
armas de doble filo que pueden desatar las más bajas pasiones en el débil
humano que no ha vencido su temor por lo desconocido.
Mientras que
vivir en lo desconocido es propio del espíritu curioso que no se fía de las
“verdades oficiales” y considera que nada está determinado, nada está sentenciado
ni acabado todavía, las posibilidades de explicar el ser se abren ante lo
incognoscible. Mira con entusiasmo y creatividad que un infinito número de
mundos son posibles, que nuestra capacidad de percepción y potencia cognitiva
son vastas. Todavía no usamos todo nuestro potencial para comprender el
universo, ni hemos hecho uso de toda nuestra capacidad cognitiva e intelectiva.
Por lo que es mejor dejar a un lado todo aquello que nos resta, reduce, y
enceguece, dejar a un lado los limitantes sistemas de creencias que en vez de
guiarnos hacia una superación y mejoramiento de nosotros mismos, nos aleja de
nuestra infinita posibilidad como seres en potencia.
El escepticismo le ha dado al ser humano la
posibilidad de dudar de sí mismo y de su pretensión de verdad, lo hiere en su
orgullo de sabelotodo, pero por esa herida se le abren las puertas de infinitas
posibilidades y con humildad reconoce que mientras más conoce más desconoce. Deja
a un lado esas pretensiones arrogantes y que por más que crea tener una certeza
de las cosas, siempre quedará el beneficio de la duda que logra incrementar su
accesibilidad a un conocimiento verdadero. Nunca se llega a conocer la
totalidad de las cosas, siempre hay algo más allá, siempre se descubre algo
nuevo, y si seguimos el pensamiento de Heráclito, “TODO FLUYE”, todo es
devenir, todo está en constante cambio, nada es permanente. Por lo tanto, nada
puede ser cognoscible, ni existe una certeza absoluta porque nada es inmutable.
Conocer es admitir la existencia de un misterio absoluto de lo vasto de lo
incognoscible. No hay verdad que dure por toda la eternidad, cada era tiene su
circunstancia concreta, y cada pueblo tiene su histórica y genética percepción.
Oswaldo Spengler decía en su libro la Decadencia de Occidente, “Solo hay
verdades en relación a una humanidad determinada”.
Y hoy, ante
el auge escabroso del posmoderno subjetivismo y el relativismo, la era de la
“pos verdad” se dibuja bajo este signo del escepticismo. Los dogmas de fe
establecidos fracasan frente a un nihilismo cognitivo generalizado, las
creencias montadas bajo las “fake news” y las “media verdades” de las redes
sociales conforman la policía del pensamiento, ante la censura de aquel
conocimiento que puede ser peligroso para el status quo. El escéptico pide examinar los acontecimientos antes
que darles por hecho, quiere ver con los ojos de la duda los hechos que para
otros son evidentes. La verdad de los hechos que ocurren es ocultada, en
términos de los servicios de inteligencia de los Estados, es “Top Secret”. Los
hechos reales pueden ser documentados por los gobiernos como “clasificados”
como un ejercicio de poder, ocultando el conocimiento para deformarlo en pos de
la manipulación social. Y a esto sumamos el Tsunami de información que todos
los días bombardea el emporio mediático de los medios masivos y de las redes
sociales, deja residuos de medias verdades a una psique colectiva manipulada y
alejada de la información relevante, adormecida con “verdades oficiales” lo
convierte en un ser sometido a las imposiciones dogmáticas epistemológicas de
los poderes establecidos.
La duda creativa
no niega la existencia de los hechos reales que ocurren, tampoco niega la
verdad histórica, la investiga, la indaga, la examina y la intuye por reflejo
de aquel acto de conocer, que como mamíferos podemos aprehender para nuestra
propia subsistencia. De cierta manera, dudar es una forma de conocer, como una
luz (intuición) que ilumina la oscuridad de lo desconocido, surge del camino
hacia la superación y mejoramiento de lo que como posibilidad infinita podemos
llegar a ser.
Referencias
M.
Caballero, J.De Echano, E. Martínez, P.Montarelo, I.Navlet (1999) Noesis, Historia de la Filosofía. Ediciones
Vinces Vives: Barcelona
E.M Cioran
(1997) Silogismos de la Amargura.
Tusquets Editores: Barcelona
J.Hessen
(1981) Teoría del Conocimiento.
Ediciones Universales: Bogotá