Thursday, May 29, 2008

Malas Intenciones


En la presente exposición no pretendo hacer un juicio moral sobre los actos humanos, ni tampoco sentenciar lo "bueno" o lo "malo". Trataré de distinguir y reconocer los motivos, móviles, intenciones de los actos, en una transgresión contra toda ética escrita establecida. Interpretar las intenciones, reconocer los móviles, enfrentar los motivos, esta será la ruta epistémico-ética de este texto para entender al mundo de hoy y su cataclismo moral inminente.

Antes que nada, no definiré al Mal moral como tal, sino que diré que cada acto está determinado por la intención, sea ésta consciente o inconsciente, toda conducta tiene una base intencional cuya consecuencia puede hacer daño o, al contrario, puede sanar. Las intenciones no son efecto de una ética preestablecida, están determinadas por el instinto, y por ende, por la VIDA. Es así que no hablaré de la ética del bien y del mal, sino de las “malas” y “buenas” intenciones. Los actos humanos son efectos de la naturaleza, pues la humanidad, aunque esté destruyendo la naturaleza, forma parte de la naturaleza y por lo tanto sus actos, tales como sobrevivir, crear, destruir, tienen un efecto dominó determinado que cambia el rumbo del viento. Las intenciones de la gente pueden no tener una “ética-escrita-jurídica”, simplemente nacen del espectro fantasmal de la psique, de la naturaleza, de los instintos, los sueños, los arrebatos, las fantasías, los mitos, la cultura. Así, cada acto tiene su efecto en toda la Tierra, los humanos son hacedores de cultura por naturaleza.

Los instintos no tienen una autoridad que pueda limitar la inefable naturaleza, cada intención tiene su instinto. ¡Pero cuidado! La civilización esclavista y clasista de hoy, diseñada desde las altas esferas del poder, ha enfermado los instintos sociales y ha devastado culturas enteras para poder erguirse como un imperial modelo de vida. Lo que han llamado “buenos instintos” y “buenas intenciones” como la de “civilizar”, “ayudar”, “progresar”, se han convertido en la peor de las catástrofes, el "benéfico armagedón", el poder imperial civilizatorio necesita la máscara del “bien” para poder hacer el “mal”, entendiendo aquí al mal como “hacer daño a otro por poder”.

Pero el instinto no es ni bueno ni malo, malditos sean éstos los que se llamaron a sí mismos “buenos” en sus empresas de colonización, aquellas bestias humanas que se castraron a sí mismos y a su naturaleza propia para “civilizar” con la esclavitud y embrutecer la belleza de nuestra divina animalidad, imponiendo un nefasto modelo de vida, y causando la degradación total. Los “civilizados bárbaros” del imperialismo se han alzado en estatuas de bronce, los genocidas son vistos como “héroes civilizadores”, los criminales saqueadores son modelo a seguir.

Muchas intenciones humanas “buenas” se basan en bajos instintos, en infamia moral. La podredumbre que han llamado “civilización” está decorada de “bondad”, “libertad”, “progreso”, “democracia”, “evangelio”…como dice el dicho popular: “el Infierno está empedrado de buenas intenciones”. La suciedad se ha santificado y los primeros que se dijeron a sí mismos “buenos” empezaron ha tomar beneficios de su FARSA, PODER, CODICIA en sus planes de poder absoluto (los jesuitas misioneros de ayer, quienes abrían campo para la genocida explotación del caucho con el evangelio judeo-cristiano, hoy en día son las ONG´s que abren campo a las transnacionales con el ateísmo ecologeta, ambos con muy “buenas intenciones”…)

Para poder hacerse llamar “buenos” (los sacerdotes, los elegidos, los académicos, los humanistas, filántropos, ecologetas, etc.) se han declarado baluartes de la “verdad única” y “elegidos por Dios”. Se construye así un puente entre la moral de esclavos impuesta y la epistemología de la infamia, pues los más hipócritas y mentirosos creen tener la “verdad”, y además juzgan qué es “bueno” y qué es “malo”. La peste negra de la hipocresía sostiene a la inmunda civilización dirigida por los más enfermos mentales, todo para infectar a todos y esclavizar aun más a los cuerpos sociales ya envenenados por el desenfrenado y corrupto modelo social. Al apoderarse de la “verdad única” con dogmas religiosos, farsas filosóficas imperialistas, verdades mentirosas, necios argumentos absurdos, han impuesto una moral de la esclavitud, sobre montañas de cadáveres del imperialismo genocida. Así, la farsa se ha expandido en los corazones humanos y ahora los instintos están pútridos, la civilización está empedrada por abominables intenciones, el cataclismo social-moral-cultural da la bienvenida a la brutal caída de una civilización demencial. La sociedad toda está carcomida por la moral de la inmoralidad, la corrupción galopante está a todo nivel: los asesinatos, las mentiras, la pedofilia, las violaciones, las traiciones, las matanzas, los genocidios, la guerra fraticida de unos contra otros…la lepra moral no podría reinar sin las “buenas intenciones” de los que ejercen el poder hacia la hecatombe moral.

Cada acto humano tiene un efecto en la totalidad, pues todo está en sincronía con todo, todo influye sobre todo (ejemplo: hay una relación directa entre el consumismo del centro comercial en Occidente con el genocidio mercantil en Medio Oriente…). Ahora bien, surge una inquietud fundamental: si las intenciones están conectadas con todo, ¿los móviles y los motivos de los actos humanos están determinados por la sociedad, o es la sociedad la que está determinada por las intenciones? Las redes y engranajes enigmáticos de la historia de la moralidad son tan vastos que es difícil reconocer por qué hay “malas intenciones” y por qué en cada acto humano hay una posibilidad de hacer daño o sanar -aquí vuelvo a recalcar que no haré juicio moral cuando hablo del “mal”, pero hay que dejar claro la indiscutible realidad de los actos que hacen daño y de los actos que sanan-

Desde siempre los humanos han reconocido que todo lo que causa dolor, desarraigo, horror, muerte, ha sido identificado con el “mal”. Mientras que todo lo que causa placer, éxtasis, regocijo, alegría y gozo ha sido identificado con el “bien”. Sin embargo, en la sociedad sado-masoquista de hoy, lo que para unos es doloroso, para otros es placentero. Ahora es placentero hacer daño y doloroso sanar. Como ejemplo, los psicópatas del poder sienten placer en rituales de sangre asesinando niños y provocando dolor y sufrimiento por el simple hecho de hacer daño. Las fronteras entre el bien y el mal han sido desbaratadas en la sociedad enloquecida y embrutecida de hoy, el relativismo moral justifica la nefasta inmoralidad de toda una caída civilización enferma, los actos que hacen daño están generalizados en las raíces de toda la comunidad. Los jueces corruptos, los policías asesinos, los abogados vendidos, los maestros ignorantes, los médicos inhumanos, los políticos mafiosos, las genocidas realezas, las masas borreguizadas desde la más infame manipulación, todos se benefician del relativismo moral, sacerdotes pederastas y violadores como representantes de “Dios” en la tierra pidiendo perdón, políticos farsantes ávidos de poder mundano en la cima de la pirámide social, genocidios mercantiles justificados por la Bolsa de Valores, etc.. Incluso dicen ahora que la “traición” es realismo, porque la sociedad toda está pestilente desde su núcleo. La infamia reina, la deshonestidad es la regla, la hipocresía es cobardía, la sinceridad está siendo torturada.

En este desolador panorama, ¿qué nos queda decir de la moral de las intenciones? Que cada cual se examine a sí mismo, pues conociéndose a uno mismo, se sabe qué se quiere, mientras que engañándose a uno mismo, uno no sabe qué hace. Las intenciones son creadas por la sociedad y por la intimidad de cada cual, y siempre hay un motivo para hacer cualquier cosa. Lo que te nace hacer es tu ser, pero cuidado con las consecuencias de tus actos. Fíjate en tus intenciones: ¿son para causar daño o para sanar? ¿ son creadas por ti mismo o por un agente externo? ¿por qué quieres lo que quieres? Cada cual tiene su propia razón de ser, no hay modelos éticos hegemónicos, cada uno es creador de su propia moral y forma de ser. Ningún poderoso podrá imponerme una “verdad” y menos una “moral”. Nadie conoce mis intenciones más que yo mismo. Nadie puede venir a decirme qué hacer, nadie me puede obligar a nada. Lo que me nace hacer, viene de mis más profundas entrañas. La autenticidad es reconocerse como único e irrepetible, jamás ser un producto de la inmunda sociedad. Soy mi propia autoridad, no necesito ninguna moral, y mis actos son puros porque amo la vida….

Dar sin esperar recibir, o desconfiar…de cada uno es la elección