Wednesday, March 10, 2021

LA NECESIDAD DE CREER

 

                                                                                                           “Lo real me produce asma”

                                                                                                                                   E.M Cioran

 

Ante el hecho radical de vivir, surge siempre la inquietud que busca una explicación y razón de ser de todas las cosas. El animal humano requiere el uso de su raciocinio para ubicarse en la naturaleza y sobrevivir en el universo, establece verdades y dogmas como guías que expliquen este hecho radical de estar arrojado a la existencia. Así, desde que se tiene un registro histórico de lo humano, se puede afirmar que todos los pueblos en todos los tiempos han construido paradigmas religiosos y científicos, mitos y leyendas, dogmas de fe, que den un “sentido” a su extraño y misterioso vivir. Es decir, necesita algo que le indique a dónde ir y qué hacer, un sistema de creencias que guíe su errar.

¿De dónde surge esta necesidad de creer? ¿es natural en el ser humano, o es signo de debilidad ante lo vasto de lo desconocido y del infinito misterio de la existencia? El filósofo griego Gorgias, nacido el 487 A.C, procedente de Leontinos en Sicilia, decía: “no existe realidad alguna para ser conocida, y si algo existiera no lo conoceríamos, y aun en el caso de que pudiéramos conocer algo, no podríamos comunicarlo con los demás. Idea que nos deja en una nube gris de total escepticismo. Gorgias creía que todo lo que creemos verdad, saber, conocer, no es más que la suma de opiniones falsas de los seres humanos que han sido determinados por su forma de ver el mundo y perspectivas que a la vez son determinadas por su cultura, sus costumbres y tradiciones. Pero entonces surge la inquietud, ¿a qué llama “realidad” Gorgias, y sobre todo por qué niega su existencia? Supone que la realidad es la suma de las opiniones falsas que han sido elaboradas por medio de la cultura, la educación, la transmisión oral de saberes, etc. y que en definitiva estos no son definitivos, inmutables ni eternos. No existe la realidad porque nada permanece. Lo que creemos que es verdad tiene su origen no solo en la cultura, sino en la necesidad ontológica de explicar el ser por el miedo a lo desconocido, pero también por la necesidad de establecer saberes que logren aglutinar la sociedad humana y lograr administrarla. La “realidad” no sería más que una construcción social, y la necesidad de creer, un imperativo político ontológico que requiere nuestra especie para sostener su convivencia y existencia.

Sin embargo, podríamos objetar que por más que la realidad sea la suma de opiniones falsas, los hechos ocurren en sí, independientemente de quien los perciba e interprete, los acontecimientos son, existen, el relato de la Historia no se lo puede negar, por más que desde el escepticismo Gorgias niegue la realidad. La Historia pasa ante nuestros ojos, no se la puede negar, la existencia de las cosas y su eterno devenir ocurren. Gorgias creía que no se puede conocer nada y que es imposible el conocimiento porque la realidad no existe, pero la mente humana no concibe la imposibilidad del saber. La curiosidad por conocer el porqué de su existencia y comprender su entorno es, para Aristóteles algo natural en el ser humano, ya que por naturaleza el ser humano es curioso y se asombra ante el misterio de la existencia. Nos dice en el libro I de la Metafísica:

                    Todos los hombres desean por naturaleza saber. Así lo indica el amor a los sentidos: pues, al margen de su utilidad, son amados a causa de sí mismos, y el que más de todos, el de la vista. En efecto, no solo para obrar, sino también cuando no pensamos hacer nada preferimos el de la vista, por decirlo así, a todos los otros. Y la causa es que, de los sentidos, éste es el que nos hace conocer más y nos muestra muchas diferencias.

Los sentidos serían entonces todo aquello que nos impulsa a conocer la realidad que nos circunda, y sobre todo el de la vista porque conocemos más diversidad. Se muestra aquí que en la experiencia de la percepción es donde estaría oculta la necesidad de creer, de explicarse la existencia y de acceder al conocimiento. De allí que Aristóteles, contrario a Gorgias, está convencido que los seres humanos podemos conocer la realidad porque los sentidos nos impulsan a conocer lo que nos circunda y nos proporcionan una idea de lo que llamamos “realidad”. No obstante, lo que no toma en cuenta Aristóteles, es que nuestros sentidos están limitados por nuestra propia fisiología, y que percibimos apenas una muy pequeña parte de todo lo que existe. Además, el condicionamiento cultural de nuestra percepción estaría deformando aquello que llamamos “realidad”. Lo que vemos, oímos, sentimos es interpretado por la mente que ha sido moldeada por el entorno sociocultural lleno de opiniones falsas y dogmas de fe. Sin el realismo aristotélico volvemos a quedar a la deriva, inmersos en esa nube espesa del escepticismo.

Los sistemas de creencias que se han creado y diseñado en el transcurso de la historia en todos los pueblos, han dado una dirección y sentido a la existencia del ser humano, le han orientado e inculcado una forma de ser, pero no siempre en beneficio de la especie humana. Sin embargo, aquel que ha tomado distancia de todos los dogmas, paradigmas y creencias, y desde un panorama mucho más amplio examina todos esos sistemas, concluye que la necesidad de creer en alguna verdad o sistema de creencias, dogmas, surge de la turbación ante lo misterioso de lo desconocido. La necesidad de creer se plasma en el temor a lo desconocido, del cual surgen el resto de temores.

 El común de los mortales le teme a la muerte porque no sabe qué va a ocurrir cuando su cuerpo muera, le inquieta lo incognoscible de la muerte, y eso le provoca una aprensión y desasosiego que se alivia únicamente con un sistema de creencias concreto que alivie su inquietud. El miedo como condición inicial proviene de lo desconocido, primer paso para creer, y así se crea un sistema de creencias que explique su misteriosa razón de ser. La necesidad de creer proviene entonces de ese miedo a la muerte y a lo desconocido, y del hecho radical de existir en un infinito océano de posibilidades, que si lo examinamos detenidamente nos quedamos en la perplejidad ante lo vasto de lo posible. Lo que llegamos a conocer es tan pequeño con respecto a ese manto sin fin de lo que desconocemos. Y si intuimos la inmensidad del firmamento constatamos nuestra ínfima porción de conocimiento que tenemos del universo. E.M. Cioran decía que “si creemos tan ingenuamente en las ideas es porque olvidamos que han sido concebidas por mamíferos”. Y es así, los sistemas de creencias son ideas y fueron concebidas por animales mamíferos inmersos en una naturaleza hostil. Ideas que se visten de verdades, elásticas, cambiantes, emocionales, que alimentan pasiones en la vida humana. Por las ideas que explican el mundo, la humanidad se ha hecho mucho daño, por la necesidad de creer en algo se han generado imperios, invasiones, guerras, genocidios. Las certezas dogmáticas han hecho más daño que bien, los sistemas de creencias son armas de doble filo que pueden desatar las más bajas pasiones en el débil humano que no ha vencido su temor por lo desconocido.

Mientras que vivir en lo desconocido es propio del espíritu curioso que no se fía de las “verdades oficiales” y considera que nada está determinado, nada está sentenciado ni acabado todavía, las posibilidades de explicar el ser se abren ante lo incognoscible. Mira con entusiasmo y creatividad que un infinito número de mundos son posibles, que nuestra capacidad de percepción y potencia cognitiva son vastas. Todavía no usamos todo nuestro potencial para comprender el universo, ni hemos hecho uso de toda nuestra capacidad cognitiva e intelectiva. Por lo que es mejor dejar a un lado todo aquello que nos resta, reduce, y enceguece, dejar a un lado los limitantes sistemas de creencias que en vez de guiarnos hacia una superación y mejoramiento de nosotros mismos, nos aleja de nuestra infinita posibilidad como seres en potencia.

 El escepticismo le ha dado al ser humano la posibilidad de dudar de sí mismo y de su pretensión de verdad, lo hiere en su orgullo de sabelotodo, pero por esa herida se le abren las puertas de infinitas posibilidades y con humildad reconoce que mientras más conoce más desconoce. Deja a un lado esas pretensiones arrogantes y que por más que crea tener una certeza de las cosas, siempre quedará el beneficio de la duda que logra incrementar su accesibilidad a un conocimiento verdadero. Nunca se llega a conocer la totalidad de las cosas, siempre hay algo más allá, siempre se descubre algo nuevo, y si seguimos el pensamiento de Heráclito, “TODO FLUYE”, todo es devenir, todo está en constante cambio, nada es permanente. Por lo tanto, nada puede ser cognoscible, ni existe una certeza absoluta porque nada es inmutable. Conocer es admitir la existencia de un misterio absoluto de lo vasto de lo incognoscible. No hay verdad que dure por toda la eternidad, cada era tiene su circunstancia concreta, y cada pueblo tiene su histórica y genética percepción. Oswaldo Spengler decía en su libro la Decadencia de Occidente, “Solo hay verdades en relación a una humanidad determinada”.

Y hoy, ante el auge escabroso del posmoderno subjetivismo y el relativismo, la era de la “pos verdad” se dibuja bajo este signo del escepticismo. Los dogmas de fe establecidos fracasan frente a un nihilismo cognitivo generalizado, las creencias montadas bajo las “fake news” y las “media verdades” de las redes sociales conforman la policía del pensamiento, ante la censura de aquel conocimiento que puede ser peligroso para el status quo. El escéptico pide examinar los acontecimientos antes que darles por hecho, quiere ver con los ojos de la duda los hechos que para otros son evidentes. La verdad de los hechos que ocurren es ocultada, en términos de los servicios de inteligencia de los Estados, es “Top Secret”. Los hechos reales pueden ser documentados por los gobiernos como “clasificados” como un ejercicio de poder, ocultando el conocimiento para deformarlo en pos de la manipulación social. Y a esto sumamos el Tsunami de información que todos los días bombardea el emporio mediático de los medios masivos y de las redes sociales, deja residuos de medias verdades a una psique colectiva manipulada y alejada de la información relevante, adormecida con “verdades oficiales” lo convierte en un ser sometido a las imposiciones dogmáticas epistemológicas de los poderes establecidos.  

La duda creativa no niega la existencia de los hechos reales que ocurren, tampoco niega la verdad histórica, la investiga, la indaga, la examina y la intuye por reflejo de aquel acto de conocer, que como mamíferos podemos aprehender para nuestra propia subsistencia. De cierta manera, dudar es una forma de conocer, como una luz (intuición) que ilumina la oscuridad de lo desconocido, surge del camino hacia la superación y mejoramiento de lo que como posibilidad infinita podemos llegar a ser.

 

Referencias

M. Caballero, J.De Echano, E. Martínez, P.Montarelo, I.Navlet (1999) Noesis, Historia de la Filosofía. Ediciones Vinces Vives: Barcelona

E.M Cioran (1997) Silogismos de la Amargura. Tusquets Editores: Barcelona

J.Hessen (1981) Teoría del Conocimiento. Ediciones Universales: Bogotá